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AYUDANDO A LOS HIJOS DE PADRES DIVORCIADOS

Por Martha Goudey-Price

Hace diez años mi esposo y yo terminamos con nuestro matrimonio. Nuestro hijo pequeño, Jared, sufrió durante nuestras amargas discusiones y nuestra incapacidad para evitar el desastre que estaba delante de nosotros. Ninguno de nosotros tenía al Señor para que nos ayudara, y dos consejeros no cristianos nos recomendaron la separación debido a “diferencias irreconciliables”. Jared se convirtió en la víctima inocente.

Un año después de nuestro divorcio, mi ex esposo se mudó a 2.500 km de distancia. Jared, de cinco años de edad, lloraba en mis brazos: “¿Por qué se fue papá?”

Llevé a mi hijo a un consejero. Durante la sesión de asesoramiento, él puso todas las figuras de la caja de arena boca abajo en la arena mientras que el consejero le instaba a hablar acerca del divorcio. Hizo un dibujo de nuestra familia con su padre y yo en un lado, nuestras mascotas en el centro, y él a un extremo de la hoja.

Estaba vestido de negro y tenía una mirada confusa en el rostro. Cuando el consejero trató de hablarle, Jared colgó la cabeza por debajo del borde del sofá y empezó a reírse. Un niñito herido estaba clamando pidiendo ayuda.

Tenemos una gran labor como padres, pero como padres divorciados, nuestra labor se hace aún más grande. La sanidad de Jared tomaría mucho tiempo. En su libro Helping Children Cope With Separation and Loss (Ayudando a los niños a que lidien con la separación y la pérdida) (Harvard Common Press), Claudia Jewett dice que sanarse de una gran pérdida toma un mínimo de dos años, pero por lo general, entre tres y cinco. El tiempo que le tomaría sanarse a Jared dependería en gran parte de mi propia curación y de mi disposición de dejar ir la ira. Veo que la sanidad de mi hijo progresa cada día, y yo he aprendido mucho en el proceso de cómo un padre y una madre divorciados pueden ayudar a sus hijos:

La oración
La oración es la herramienta más grande que tenemos para ayudar a nuestros hijos a sanar. Ore en privado por los dolores por los que usted ve que su hijo o hija está experimentado. Ore en voz alta, dejando que oiga que usted expresa sus necesidades a Dios. Ore de manera constante. Luego enséñele a orar por su cuenta. La oración les permite a nuestros hijos expresar sus sentimientos de tristeza y dárselos a Alguien que puede hacer la diferencia.

Escuchar
Los padres deben dejar de lado sus propias heridas mientras escuchan los dolores de sus hijos. Jared “hablaba” de su dolor a través de los dibujos que hacía y de las figuras que colocaba en la caja de arena. Yo lo escuché y lo ayudé a ponerle palabras al dolor que él expresaba a través de sus acciones. “De veras estás triste, ¿no es verdad?” “¿Cuándo es que te sientes más triste?”

Un padre o una madre puede tomar a un niño pequeño y abrazarlo. Con un niño más grande, podemos alentar la conversación escuchando, dando validez, afirmando, y dándole nuestra opinión de lo que hemos hablado. Debemos guardarnos de interrumpir, de poner palabras en su boca, o de querer sacarlos de su dolor.

El impedimento más grande que nos estorba para escuchar con atención es nuestro temor al dolor de nuestros hijos. Nos puede hacer incapaces de escuchar lo que están diciendo. Mire a su hijo a los ojos. Tóquelo. Hágale saber que en verdad está escuchando.

Cuando Jared dice que extraña a su padre, sé que es el momento de escuchar. A menudo me siento amenazada de que él extrañe a su papá. Sin embargo, a través de la práctica, he aprendido a silenciar esas voces internas y a escuchar al dolor que mi hijo expresa. Le digo: “Estoy segura de que lo extrañas. Lo lamento”. Lágrimas silenciosas caen de los ojos de un niñito que se está haciendo hombre, todavía lleno de dolor por un divorcio que desgarró a sus padres. Estas lágrimas dicen: “No puedo hacer nada. Extraño a mi papá. ¿Por qué no puedes arreglar eso?” Y escucho y acaricio su cabeza de joven de 14 años, así como acaricié su cabeza de adolescente de 12 años, y su cabeza de niño 7 años, y su cabeza de niñito 4 años. Y digo: “Lo lamento”.

Límites
Jared tuvo rabietas hasta los diez años. Estas reacciones me tenían intimidada y me hacían perder el equilibrio. Pero lo que mi hijo estaba pidiendo era un límite para los sentimientos fuera de control que estaba experimentando. Debido a que estaba tratando de compensar su pérdida y debido a que mis propios sentimientos estaban fuera de control, fui incapaz de proveer los límites que necesitábamos.

Al tratar con mi dolor, pude ayudarlo a él con su dolor. Le di límites claros que lo ayudaron a controlar sus emociones. Cuando Jared creció, un consejero me ayudó a despojarme de mi ira y a ayudar a mi hijo a hacer lo mismo. Tanto mi hijo como yo aprendimos que la ira nos mantenía esclavos y creaba amargura. Al ir aprendiendo más, se crearon límites más fuertes.

Verdad
Cuando Jared tenía ocho años, lo llevé a un grupo de recuperación de divorcio de ocho semanas de duración patrocinado por una iglesia local. Los niños iban a clases arriba mientras que los progenitores se reunían en el subsuelo de la iglesia. Cada semana, los líderes llevaban a los niños a través de una serie de juegos y ejercicios para ayudarles a entender sus sentimientos acerca del divorcio. Un ejercicio incluía hacer “anteojos color rosa”.

Los niños hicieron marcos de cartón y lentes de plástico rosa. Los líderes hablaron con los niños acerca de “ver la vida a través de lentes color rosa”, especialmente, de su deseo de ver a sus dos padres juntos de nuevo. De hecho, éstos no se iban a reconciliar, pero los líderes ayudaron a los niños a aceptarlo.

Jared lo hizo. El dolor no se fue, pero se sintió libre de tener falsas expectativas y sueños destrozados. Los padres aprendieron cómo reforzar el mensaje que se les estaba enseñando a sus hijos. Cada sesión abría la puerta hacia otra verdad, comprensión y sanidad.

Arrepentimiento
Cuando Jared tenía once años, me di cuenta de que nunca le había pedido perdón por las cosas tontas e hirientes que había hecho. Un día nos sentamos, y compartí esas cosas por las que necesitaba pedirle perdón. Yo ya le había pedido perdón por el divorcio. Pero también hubo veces en que le había gritado o había perdido el control. Le pedí perdón por todo eso. Se me quitó un enorme peso de los hombros cuando le dije: “¿Me perdonas?” No le dije: “Lo siento si te lastimé”. Decir “Lo siento” no significaba “Busco tu perdón”, ni decir “Si te lastimé” reconoce el hecho de que yo sabía que lo había hecho.

Esto demandó valor, pero Jared me respetó por hacerlo. Luego de haber pedido perdón por las cosas grandes y reconocer: “Sí te hice eso”, se me hizo más fácil pedir perdón por las cosas cotidianas como la ira fuera de lugar, una observación insensible, o la impaciencia con su comportamiento.

Como resultado de ello, se le ha hecho más fácil a Jared pedir perdón por sus propios puntos débiles. Él está creciendo y convirtiéndose en un adulto que es capaz de reconocer su propia necesidad, y buscar sanidad y perdón en su vida, a pesar de todo por lo que ha pasado.

El divorcio jamás es una vía por la que se disfruta viajar. Pero con perseverancia, es posible ayudar a guiar a nuestros hijos e hijas a través de esos tiempos difíciles. Jared y yo lo estamos haciendo, y usted también lo podrá hacer.

Copyright © 1997 Martha Goudey-Price. Todos los derechos reservados. Se ha obtenido Copyright internacional.

 

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